El redescubrimiento del espacio que rodea a la Luna ha desencadenado una creciente preocupación entre especialistas en astrodinámica y políticas espaciales. En solo dos años, se han desplegado 12 misiones hacia el satélite natural, casi la mitad promovidas por compañías privadas, mientras que un total de 20 más se encuentran en fase de desarrollo para las próximas décadas. Este resurgimiento, sin embargo, trae consigo un riesgo inminente: el cruce peligroso de naves en órbitas limitadas y compartidas.
Un escenario orbital bajo tensión
A pesar de que el entorno cislunar abarca un volumen espacial aproximadamente 2.000 veces mayor que el de la órbita terrestre baja, las trayectorias viables para mantener misiones estables son escasas. Todas las naves tienden a agruparse en unas pocas órbitas preferidas, lo que eleva el riesgo de encuentros cercanos. Además, los sistemas de rastreo desde la Tierra enfrentan serias limitaciones, ya que el resplandor de la Luna interfiere con la detección precisa de objetos pequeños o distantes.
Según una investigación publicada en marzo de 2025 en el Journal of Spacecraft and Rockets, si el número de artefactos orbitando la Luna llega a 50, cada uno requerirá alrededor de cuatro maniobras de evasión al año. Estas correcciones no solo consumen combustible valioso, sino que también desvían a las misiones de sus fines científicos o comerciales.
La carrera espacial sin reglas claras
Las proyecciones indican que, manteniéndose el ritmo actual de lanzamientos, se alcanzará un umbral crítico antes de 2035. Ya en el periodo 2019-2023, la Agencia Espacial de la India (ISRO) tuvo que reajustar en tres ocasiones la ruta de su misión Chandrayaan-2 para evitar posibles colisiones, y en ese entonces apenas seis naves estaban activas en el entorno lunar.
Este panorama no solo plantea retos técnicos, sino también tensiones geopolíticas. Existen armas capaces de neutralizar satélites, y los expertos señalan que el despliegue de sistemas defensivos en el espacio cislunar sería extremadamente difícil de detectar o regular. Estados Unidos ha declarado dicha región como una zona estratégica prioritaria para su Fuerza Espacial.
“Estamos repitiendo los errores del tráfico orbital terrestre, pero mucho más lejos y sin reglas claras”
Sistemas de vigilancia y cooperación internacional
Para contrarrestar las carencias en monitoreo, el Laboratorio de Investigación de la Fuerza Aérea estadounidense impulsa el programa Oracle, que desplegará un satélite en uno de los puntos de Lagrange —una posición de estabilidad gravitacional entre la Tierra y la Luna— desde donde podrá rastrear objetos invisibles desde la superficie terrestre. El lanzamiento está programado para 2027 y será la primera misión dedicada exclusivamente a la supervisión del tráfico lunar.
Paralelamente, la NASA coordina un sistema de predicción y seguimiento de trayectorias con el fin de construir una base de datos unificada que permita anticipar intersecciones entre misiones de distintos países.
Hacia un marco regulatorio conjunto
El Tratado del Espacio Ultraterrestre de 1967 establece que los Estados deben evitar interferencias dañinas, pero no especifica cómo lograrlo. Ante esta ambigüedad, en febrero de 2025 el Comité de la ONU para el Uso Pacífico del Espacio Ultraterrestre creó un grupo de trabajo para redactar un marco internacional de coordinación lunar.
Con el regreso planeado de la NASA a la Luna en 2026 y el crecimiento de empresas como SpaceX, Intuitive Machines y Astrobotic, comienza una nueva era espacial. Sin embargo, los especialistas alertan que, sin una gestión coordinada y responsable, el espacio cislunar podría transformarse en un campo de colisiones, escombros descontrolados y conflictos, poniendo en peligro la continuidad de la exploración más allá de nuestro planeta.