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En marzo de 2025, más de 200 hombres venezolanos fueron trasladados por el gobierno estadounidense a una prisión de máxima seguridad en El Salvador, sin proceso judicial ni garantías básicas. Fueron recluidos en el Centro de Confinamiento para el Terrorismo (Cecot), una instalación construida por el gobierno de Nayib Bukele para encarcelar a pandilleros, bajo acusaciones de pertenecer al grupo criminal conocido como el Tren de Aragua.
Los detenidos describieron condiciones extremas de maltrato físico y psicológico durante su reclusión. Relataron que al llegar al centro penitenciario fueron recibidos con violencia: esposados, golpeados, arrastrados y obligados a bajar del avión bajo fuerte custodia. Testigos afirmaron que los guardias les gritaron: “Bienvenidos al infierno”, y les advirtieron: “De aquí solo salen en una bolsa negra”.
Dentro del Cecot, los hombres dijeron que eran sometidos regularmente a castigos brutales. Entre ellos destacan palizas con porras, el uso de gases lacrimógenos, disparos con balas de goma a corta distancia y el aislamiento en una celda oscura conocida como “la isla”, donde eran pisoteados y obligados a arrodillarse durante horas. Algunos narraron que los obligaban a mantener la posición de “grúa”, con las manos esposadas a la espalda y el cuerpo doblado hacia adelante, lo que provocaba lesiones severas.
Varios de los ex reclusos relataron abusos sexuales. Andry Hernández, de 32 años, afirmó que mientras estaba en aislamiento, guardias encapuchados lo obligaron a practicar sexo oral. “Me pasaban el rolo por mis partes”, recordó, “me metían el rolo por el medio de mis piernas y lo subían, en donde me manoseaban, me tocaban y yo solamente gritaba”. Otro detenido, Víctor Ortega, dijo que fue golpeado en la frente con una bala de gomo, mientras que Luis Rodríguez aseguró que recibió un disparo en la mano.
Además, múltiples hombres contaron que fueron víctimas de simulacros de ahogamiento. Chacón, de 26 años, explicó que los funcionarios les metían la cabeza en un tanque de agua, los sacaban y volvían a golpearlos. “Nos metían las cabezas dentro de un tanque como para ahogarnos. Y volvían y nos sacaban de nuevo y nos golpeaban por las costillas con las piernas, con lo que fuera”, detalló.
Las condiciones médicas dentro de la prisión fueron descritas como crueles. Aldo Colmenarez, diabético de 41 años, dijo que no recibió insulina durante cinco días, y que cuando finalmente la obtuvo, las dosis fueron irregulares, lo que provocó episodios de hipoglucemia. Tito Martínez, de 26 años, relató que cuando fue trasladado a la enfermería por enfermedad, fue golpeado frente al personal médico, mientras una mujer que se identificó como doctora le dijo:
“Resígnate, ya es hora de que te mueras”
.
La desesperación llevó a algunos hombres a intentar suicidarse. Chacón contó que, en el cumpleaños de su hijo mayor, subió a una litera e intentó ahorcarse con una sábana. Otros, como Andrys Cedeño, de 23 años, quien padece asma, sufrió convulsiones tras inhalar gas lacrimógeno. Al pedir ayuda, dijo que el guardia solo se rió.
“Jefe”, dijo gritando, “yo soy asmático”
.
Tras el incidente con Cedeño, los prisioneros iniciaron una huelga de hambre que duró cuatro días. Para llamar la atención, varios se cortaron con tuberías metálicas y escribieron mensajes con su propia sangre en sábanas:
“No somos delincuentes, somos inmigrantes”
. Edicson Quintero, de 28 años, dijo que se cortó el abdomen para obtener sangre para su cartel.
En mayo, tras una revisión violenta en las celdas, algunos prisioneros intentaron rebelarse, rompiendo cerrojos con piezas de sus camas. Los guardias respondieron con disparos de bala de goma a quemarropa. Víctor Ortega dijo que un proyectil le impactó en la cabeza, mientras que José Carmona señaló que fue herido en el muslo.
La liberación de los 252 venezolanos se produjo en julio como parte de un acuerdo entre Estados Unidos y Venezuela. Nicolás Maduro accedió a liberar a 10 ciudadanos estadounidenses y residentes detenidos en su país a cambio de los hombres recluidos en El Salvador. No hubo anuncios oficiales previos ni garantías legales durante su encarcelamiento ni su liberación.
Al regresar a Venezuela, los hombres fueron recibidos por Diosdado Cabello, ministro del Interior, quien afirmó en televisión estatal que siete de ellos tenían antecedentes penales graves y que otros 20 eran “buscados” por las autoridades. Fueron obligados a narrar sus experiencias en medios estatales antes de ser enviados a sus hogares, muchas veces bajo escolta de servicios de inteligencia.
Un grupo de expertos forenses independientes analizó los testimonios de 40 de los ex reclusos. Determinaron que sus relatos eran coherentes, creíbles y que muchos de los actos descritos cumplían con la definición de tortura establecida por las Naciones Unidas. Destacaron que la similitud en los detalles de los abusos entre personas entrevistadas por separado sugería
“la existencia de una política y una práctica institucionales de tortura”
.
El gobierno de Trump justificó la deportación invocando la Ley de Enemigos Extranjeros, una norma del siglo XVIII. Abigail Jackson, vocera de la Casa Blanca, afirmó que
“El presidente Trump se compromete a cumplir sus promesas al pueblo estadounidense al expulsar a los peligrosos delincuentes y terroristas extranjeros ilegales que representan una amenaza para el público estadounidense”
. Sin embargo, el Times encontró que solo alrededor del 13 por ciento de los deportados tenía antecedentes penales graves fuera de delitos migratorios.
Varios de los hombres entrevistados habían solicitado asilo en Estados Unidos, alegando persecución política por participar en protestas contra Maduro. Muchos expresaron desconcierto al ser tratados como terroristas, cuando habían huido precisamente del régimen venezolano.
“Ustedes son terroristas”
, les dijeron los funcionarios,
“Y a los terroristas se les tiene que tratar así”
, recordó Edwin Meléndez, de 30 años.
Desde su liberación, muchos de los hombres reportan secuelas físicas y psicológicas severas: dolores crónicos, problemas respiratorios, insomnio, pesadillas y trastornos de ansiedad. Cedeño ha sido hospitalizado dos veces por ataques de asma y un episodio cardíaco. Afirma que no puede dormir por las noches, atormentado por los sonidos de las celdas, las voces de los guardias y el traqueteo de las esposas.
“No fue justo”, dijo Pedro Escobar, de 34 años, “No debimos ir a El Salvador. Somos migrantes, no delincuentes”
.
Aunque en septiembre un tribunal federal de apelaciones prohibió el uso de la Ley de Enemigos Extranjeros para deportar migrantes, el gobierno de Trump aún podría utilizar otros mecanismos legales para expulsar a personas a terceros países. Mientras tanto, los sobrevivientes del Cecot luchan por recuperar sus vidas, con el trauma marcado a fuego en sus cuerpos y mentes.
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