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Seguridad

La red tokuryu, criminalidad anónima y flexible, desafía a las yakuza en Japón

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Una nueva generación de delincuentes, conocida como “tokuryu” —que traduce “anónimos y fluidos”— está transformando el mapa del crimen organizado en Japón. A diferencia de las tradicionales yakuza, estas redes operan mediante estructuras descentralizadas y temporales, formando “equipos de proyecto” para cometer delitos específicos y luego disolverse, lo que dificulta rastrear a sus líderes o autores intelectuales, según indicaron autoridades japonesas.

Un crimen sin rostro ni jerarquía

Takanori Kuzuoka, un joven de 28 años actualmente recluido en una prisión del norte del país, ofreció una visión detallada del funcionamiento interno de estos grupos tras cinco meses de correspondencia con la agencia AFP. Explicó que nunca consideró unirse a las mafias tradicionales por su rigidez, y optó por los tokuryu, donde reclutadores anónimos convocan a participantes a través de redes sociales para ejecutar actividades delictivas puntuales, desde fraudes hasta robos violentos.

Su ascenso en el mundo del hampa comenzó en los bosozoku, bandas de motociclistas juveniles, para luego convertirse en un operador multitarea dentro de la red tokuryu, desempeñándose como reclutador, coordinador y ejecutor. En su relato, detalla que trabajó junto a jefes cuya identidad desconocía, y que reclutó a personas a través del yami baito, el mercado negro de empleos informales, donde muchos jóvenes en situación de vulnerabilidad caen en redes delictivas.

Estafas masivas y operaciones violentas

Según Kuzuoka, publicaba anuncios fraudulentos en X (antes Twitter) promocionando empleos “muy bien pagados”, atrayendo a candidatos como ludópatas, trabajadoras sexuales e incluso miembros de bandas juveniles. La policía japonesa estima que el fraude organizado, principal actividad de los tokuryu, generó pérdidas de 72.200 millones de yenes (unos 470 millones de dólares) entre enero y julio de 2025, superando ya el récord anual anterior.

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Entre sus métodos destacan las estafas conocidas como “¡Soy yo!”, en las que delincuentes se hacen pasar por hijos o nietos de ancianos para exigir dinero en efectivo por situaciones inventadas de vergüenza familiar. También emplean el engaño disfrazado, presentándose como policías, banqueros o funcionarios, y no dudan en recurrir a la violencia. Kuzuoka fue condenado a nueve años de prisión por un robo en 2022 en el que, junto a un grupo armado con tijeras, ató a niños con cinta adhesiva para obligar a su madre a entregar 30 millones de yenes.

Declive de las yakuza y nuevos códigos del crimen

Estas prácticas contrastan con el código de conducta de las yakuza, que históricamente se han negado a atacar a personas comunes o vulnerables. Un exmiembro septuagenario de un clan en Gifu afirmó:

“Peleé mucho e incluso maté a un hombre, pero nunca maltraté a los débiles. Es una gran desviación con respecto a nuestro tradicional código de honor”

.

Las yakuza, surgidas del caos posguerra y vinculadas a actividades como el tráfico de drogas, el juego ilegal y la extorsión, han perdido fuerza tras décadas de leyes cada vez más estrictas. La Ley Antigángster de 1992 y reformas posteriores les restringieron acceso a servicios básicos como cuentas bancarias, alquileres y líneas telefónicas. En 2024, su número descendió a 18.800 miembros, un 80% menos que en 1992.

Del hampa tradicional a la delincuencia moderna

El vacío ha sido ocupado por bandas como los hangure, grupos más flexibles y menos jerárquicos, con los que muchos tokuryu mantienen vínculos. A diferencia de las yakuza, los hangure no requieren rituales de lealtad ni tatuajes, y pueden integrar negocios legales como salones de belleza o promotores de eventos deportivos.

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Las autoridades señalan que los tokuryu suelen estar liderados por estos antiguos hangure, quienes mantienen cierta lealtad entre sí, mientras que los reclutas son desconocidos entre sí y sus alianzas son efímeras. A pesar del desdén que expresan hacia ellos, algunos clanes yakuza colaboran con los tokuryu, tomando una parte de sus ganancias.

“Tenemos la confirmación de que parte de los ingresos obtenidos de los delitos tokuryu va a parar a organizaciones yakuzas”

, afirmó la policía de Tokio, que considera a ambas estructuras una amenaza para la seguridad pública.

Alianzas inesperadas y resistencia del crimen tradicional

Según el exdetective Yuichi Sakurai, los yakuza advierten a los tokuryu que no ganen dinero “a sus espaldas”, a cambio de ofrecerles protección. En algunos casos, ayudan incluso en el reclutamiento o ejecución de delitos. Yukio Yamanuchi, exabogado del clan Yamaguchi gumi, indicó que

“algunos yakuzas de rangos inferiores recurren a la estafa porque tienen serias dificultades para llegar a fin de mes. Eso demuestra hasta qué punto las oportunidades son escasas para ellos”

.

A pesar de órdenes superiores para no involucrarse en fraudes, algunos miembros lo hacen en secreto. Un alto mando yakuza reconoció que

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“ganar dinero engañando a la gente no es lo que se supone que deben hacer los yakuzas”

, pero insistió en que aún son necesarios para proteger comunidades de otras bandas, especialmente del sudeste asiático.

En prisión, Kuzuoka reflexionó sobre sus actos:

“La vida en el hampa me deformó y me dejó casi desprovisto de toda emoción. Ahora veo hasta qué punto lo que hicimos fue cruel, demoníaco e inhumano. Cargaré con mis pecados hasta el final de mis días”

.

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