Cuando me arrebataron mi Game Boy Color púrpura en 1999, hice todo lo posible por contener el llanto. A los nueve años, ya era consciente de que no quería proyectar debilidad. En una sociedad donde prevalecía la hipermasculinidad, abandoné juegos como Pokémon durante la adolescencia para parecer más duro y maduro.
El rechazo a lo infantil
Con el tiempo, dejé de lado mis intereses infantiles: evitaba dibujos animados, optaba por camisas polo y fingía indiferencia cuando me decían que ya era demasiado mayor para jugar a Pokémon en mi Nintendo 64. La presión por encajar me llevó a adoptar una falsa actitud valiente, incluso jugando al fútbol americano y a Madden 2000 para parecer más fuerte.
El regreso a Nintendo
Tras casi dos décadas alejado de Nintendo, adquirí una Switch en 2017. Su versatilidad para jugar en cualquier lugar con amigos me recordó la importancia de los espacios amables. La reciente llegada de la Switch 2 me ha hecho reflexionar sobre cómo los juegos de Nintendo me ayudaron a sanar emocionalmente.
Sanación a través de los juegos
Mientras crecía en el sur de Florida, reprimí mi verdadera personalidad para adaptarme a una cultura que menospreciaba la sensibilidad. Juegos como Pokémon: Let’s Go, Pikachu! y Super Smash Bros. Ultimate me permitieron reconectar con mi niño interior, fortaleciendo lazos familiares y superando mi necesidad de ser el mejor.
Una respuesta a la hipermasculinidad
Nintendo siempre ha ofrecido alternativas a la violencia típica de otros videojuegos. Sus mundos coloridos y personajes entrañables como Kirby y Link transmiten valores de cuidado y colaboración. Esta propuesta ha sido un refugio para quienes buscamos espacios seguros lejos de la presión por demostrar fortaleza.
El valor del juego
El lanzamiento de la Switch 2 representa una continuación de este viaje emocional. Títulos como Pokémon Legends: Z-A y juegos independientes como Celeste y Hades permiten explorar temas de poder y resiliencia de forma significativa. Volver a los videojuegos ha sido mi forma de reivindicar aquello que me fue arrebatado: la libertad de ser niño sin juicios.
“El día que me enteré de que se habían llevado mi Game Boy Color, mi padre me consoló con una suave palmada en la espalda.”